Por Fredy León

La seriedad, trascendencia e importancia de un partido comunista se materializa en la actitud que asumen sus militantes; en las ideas, propuestas y alternativas que ofrecen al movimiento popular; en el nivel político, solvencia moral e intelectual de sus líderes; en los estrechos vínculos que mantienen con los movimientos sociales en lucha (del cual deberian ser parte activa); en ser la más alta expresión orgánica donde se fusionan las fuerzas del trabajo y la inteligencia, de los que piensan y sufren; en la riqueza de sus debates internos que trascienden en la sociedad, educan a su militancia, obligan a pensar, generan ilusión y mística en las masas que luchan en las calles; en la transparencia de sus actos, coherencia en la elaboración teórica de sus documentos y capacidad real para transformar esa voluntad política de los trabajadores en la nueva fuerza dirigente de la sociedad.

Clase y partido sin ser iguales no son diferentes. La clase es la fuerza social revolucionaria y el partido su expresión política, la conciencia crítica que tiene como objetivo imaginar una nueva sociedad. Como diría Lenin, partido y clase son el cerebro y el corazón de la revolución que cuando se unen el mundo avanza a pasos agigantados.

La revolución socialista no se produce de manera espontánea ni es un acto político pensado en beneficio de los comunistas. La revolución es una necesidad que surge de la misma realidad, es un gigantesco proceso histórico organizado, impulsado y dirigido por ese movimiento de trabajadores y masas populares que en un determinado momento logran tomar conciencia política de su rol en la historia, como la clase revolucionaria llamada a cambiar las relaciones de producción, eliminar todo tipo de explotación asalariada y discriminación social, liberar las fuerzas productivas y construir una sociedad de libertad plena y bienestar para todos.

La revolución socialista no es una fiesta de ángeles ni un aquelarre de brujas, es una titánica, compleja e imperfecta obra humana que demanda mucha grandeza de pensamiento y acción colectiva, es una revolución de nuevo tipo en beneficio del pueblo y la humanidad entera, una revolución que no busca el poder ni la comodidad para los militantes del partido, sino que su objetivo es transferir ese poder a la sociedad organizada para desde abajo construir las nuevas relaciones de producción y mejorar cualitativamente las condiciones de vida del pueblo, protegiendo el medio ambiente y logrando que las aspiraciones individuales se realicen como parte del bienestar colectivo, una sociedad donde se aplique ese principio de justicia y equidad «de cada quién según su capacidad, a cada cuál según su trabajo» (Marx)

Por eso que Gramsci habla del partido como el «intelectual colectivo», la parte conciente de ese movimiento revolucionario de trabajadores e intelectuales que luchan por la liberación del trabajo asalariado y la construcción de una nueva sociedad donde todos tengan las posibilidades reales de satisfacer sus necesidades materiales y culturales. Y es que como dicen las letras de esa vieja canción «después de esta vida no hay otra oportunidad.»

Construir ese partido es el principal reto teórico y práctico que enfrentan los revolucionarios para transformar la sociedad; sin un partido organizado, sin una clara estrategia de poder y sin vínculos estrechos con la clase, la revolución es una simple utopía. Ahí donde los comunistas lograron formar ese partido, las revoluciones triunfaron; y fracasaron cuando no pudieron organizar politicamente a las fuerzas del trabajo y la inteligencia.

En el país nunca se pudo construir ese partido de la revolución. Los diferentes proyectos revolucionarios que surgieron en la pasada década de los 60 fracasaron y los que hoy sobreviven a duras penas -PC y PR- son proyectos agotados y sin futuro, organizaciones marginales y sin mayor influencia en la sociedad, siglas envejecidas y en proceso de extinción. El PC y PR ya no son ni la sombra de lo que llegaron a ser en la década de los 80 del siglo pasado, pues luego de la desaparición de Izquierda Unida los comunistas han hecho demasiados méritos como para autodestruirse y llegar a lo que ahora son: pequeñas sectas que deambulan en el desierto.

Las causas de ese fracaso pueden ser muchas, tanto de índole teóricas como prácticas, pero si deseamos graficar con todo realismo en una sola palabra esa seria sectarismo: sectarismo de pensamiento, sectarismo de acción y sectarismo para imaginar el futuro.

Los partidos comunistas que existieron en el país (PC-U, PC-BR, PR, PCR) fracasaron como proyecto político no solo porque la derecha los ha derrotado y arrinconado política e ideologicamente, sino porque las diferentes vertientes de los comunistas peruanos arrastraron ese vieja enfermedad política del sectarismo y no supieron -o no quisieron- romper sus cadenas ideológicas que los ataba al viejo mundo y en su praxis reproducieron todo lo peor de la política criolla, nunca pudieron superar los límites impuestos por el sistema capitalista que por esencia tiende a promover el egoísmo individual y la dura competencia para sobrevivir, lleva a la fragmentación de la clase y división de la sociedad, a la supremacia de las supersticiones sobre el conocimiento racional y difunde el miedo al cambio lo que objetivamente impide dar ese salto cualitativo para transformar a la clase obrera en una «clase para sí», es decir una clase con conciencia política, con un proyecto revolucionario propio y con una fuerza social organizada capaz de disputar el poder a la burguesía.


Lo sucedido luego del 7 de diciembre, cuando las grietas del poder burgués se resquebrajaron y las grandes movilizaciones populares remecieron el país, dejaron en claro que mientras las masas populares tomaban las calles y se enfrentaban en una lucha desigual contra la dictadura que llevó al país a una salvaje orgía de sangre, hubo organizaciones -como el PC y PR- que no solo no entendieron lo que sucedía en las calles sino que demostraron no tener voluntad de lucha ni sentido de responsabilidad con las masas que heroicamente se rebelaban contra la dictadura. Mientras las calles ardían, las banderas de los comunistas se enmohecían en algún lúgubre sótano.

Esa suerte de rebelión popular que brotó de manera espontánea nos deja tres grandes lecciones: uno, el país vive una profunda crisis política, crisis moral y una crisis de credibilidad absoluta; dos, el movimiento de protesta surgió al margen de las estructuras partidarias, el PC y PR no tuvieron ninguna presencia ni iniciativa al extremo que fueron ignoradas por las masas movilizadas; y tres, las luchas espontáneas, por más heroicas y sacrificadas que sean, sin organización, sin una estrategia de poder y sin una dirección revolucionaria, resulta insuficiente para derrotar al poder burgués.

Hasta el momento no existe indicios de que una lucha de masas haya triunfado sin generar su propia vanguardia política y el problema actual del PC y PR es que frente a esa crisis no tienen ninguna alternativa, sus ideas han perdido fuerza y credibilidad, sus dirigentes son marginales y no generan ilusión entre las masas populares. En el PC y PR el «mito de la revolución», del que hablaba Mariátegui, ha sido abandonado en el museo de la historia.

Mientras que PR basicamente sobrevive en Lima donde puede mantener funcionando su local partidario gracias al control que tienen sobre la derrama magisterial; la crisis del PC es más dramática, es un partido sin cuadros reconocidos ni aparato partidario propio y sobreviven agazapados en el mundo sindical sin mayor ambición que luchar por el pliego de reclamos.

En medio de esa agonía los camaradas del PC han convocado a su Conferencia Nacional y el documento de discusión elaborado por su dirección es de una pobreza teórica y conceptual que no sirve para hacer política revolucionaria, el país les queda demasiado grande y el socialismo ha dejado de ser su centro de preocupación y aspiración política.

El PC no solo que no comprende el momento político que vive el país sino que tampoco tiene la inteligencia ni la audacia política para -después de tantas derrotas- intentar desarrollar una mirada crítica que les permita recuperar algo de presencia y proponer a las masas una estrategia revolucionaria que posibilite inclinar hacia la izquierda el rumbo del país.

Hacer política desde la autocomplacencia solo lleva al autoengaño. Tienen un partido destruido y proponen crear otras siglas -Unidad Patriótica-, eso es seguir aferrados a ese sectarismo propio de los que tienen miedo a la historia.

El PC, frente al conflicto político que sacude al país, ha optado por bajar las cortinas de la lucha política y aparecer como un partido sindicalista preocupado de los pliegos de reclamos pero sin ambición por el poder. Y desde esa mirada reformista hacen un recuento (mal contado y peor explicado) de lo acontecido en el país luego del 7 de diciembre para terminar en lo mismo: proponer algunas medidas administrativas con la ilusión de relanzar su maltrecha organización.

Luego del fracaso del mediocre gobierno de Castillo, de su rocambolesco intento de autogolpe y del contra golpe parlamentario ejecutado por la extrema derecha con el apoyo de los mandos militares, poderes mediáticos y económicos ¿cuál es lo nuevo en el país?

Lo nuevo en el país es la profundización de la crisis y descomposición del poder estatal burgués -92% desaprueba al congreso, 82% rechaza al gobierno de Dina y pide nuevas elecciones- y la ausencia de una alternativa revolucionaria que pueda llenar ese vacio político que existe en el país.

Crisis significa desconfianza en los gobernantes, falta de credibilidad en las instituciones, ineficacia del sistema político para reformarse, descomposición moral de la sociedad y ausencia de un proyecto común que nos una como país.

La raíz de todas las crisis que padece el país radica en la incapacidad de la burguesía de actuar como una clase dirigente y desarrollar un proyecto nacional propio que responda a los intereses nacionales, y es que un país sin una base económica más o menos sólida nunca tendrá un destino común. La burguesía peruana llegó tarde a la historia, se han contentado con ser subsidiaria del gran capital internacional y sus filas están lleno de mercantilistas preocupados más en administrar el estado para hacer negocios privados con los bienes públicos que en pensar en el país.

El fracaso de la promesa neoliberal de lograr el desarrollo y bienestar del país ha creado un gran vacío en la conducción del estado y nos ha llevado a una recurrente crisis de ingobernabilidad. El fujimontesinismo, más por sus errores y su esencia corrupta, ha perdido la hegemonía que tenía en el campo de la derecha. El poder está fragmentado porque la sociedad ha perdido credibilidad y confianza en la política, el neoliberalismo no tiene nada nuevo que ofrecer al país.

Reconstruir esa credibilidad significa hacer política con las masas movilizadas y forjar desde abajo un proyecto de país. La principal tarea política de un partido revolucionario es construir las fuerzas sociales y políticas para conquistar el gobierno. Hay que volcarse hacia las masas y forjar la gran unidad popular. Se necesita caminar con los dos pies, con el movimiento social avanzando en sus niveles de organización, conciencia política y centralización popular y con el movimiento político forjando su unidad bajo un proyecto de ruptura con el modelo neoliberal.

Pero nuestras izquierdas lamentablemente siguen atrapadas en esa su visión sectaria del país y ganadas por la indecisión, no tienen un instrumento político para enfrentar la lucha electoral y -como el PC- están más preocupados en priorizar los pequeños intereses de sus pequeñas parcelas políticas que en hacer política con y para las masas.

¿Aquí qué nos ofrece el PC? Nada. La CGTP ha perdido prestigio e influencia, la Asamblea Nacional de los Pueblos (ANP) no pasa de ser un simple organismo de coordinación que a lo mucho existe solo cuando la CGTP lo necesita y el famoso Comité Nacional Unificado de Lucha del Perú (CNULP) nació muerto. El movimiento social, tanto el que insurgió contra Dina como los que se quedaron mirando desde el balcón, sigue fragmentado y no existe una fuerza política capaz de engarzar y centralizar todo ese torrente social en una fuerza unificada. ¿Qué hubiera pasado si en vez de las heroicas luchas parciales, descoordinadas y aisladas que se dieron luego del 7 de diciembre hubiéramos tenido una lucha coordinada, centralizada y dirigida por un comando unitario? Hoy estaríamos hablando de otro país.

Pero en política lo único que cuenta es la realidad. Y la realidad nos dice que, hoy por hoy, no existe una organización política que tenga la capacidad de asumir esa tarea. Se necesita la participación de todas las fuerzas de izquierda para reconstruir ese tejido social, fuerza organizada indispensable y fundamental para lograr que un movimiento revolucionario triunfe.

Si la unidad social es importante, la unidad política es vital para luchar y triunfar. Por eso que no entiendo esa mentalidad derrotista que desde la debilidad priorizan sus propias aspiraciones sin tener sustento en la realidad. El PC con su Unidad Patriótica, Nuevo Perú obsesionado únicamente con lograr su ansiada inscripción electoral y el resto de las izquierdas, entre reunión y reunión, deshojando margaritas. ¿Tan dificil resulta poder construir la unidad e inscribir un solo referente político que aglutine a todas las izquierdas, tal como se hizo en tiempos de la Izquierda Unida?

No soy ingenuo, sé que el sectarismo tiene raíces profundas en la cultura política de las izquierdas y que muchos prefieren asumir la derrota antes que luchar, y «si la gente da cada vez menos crédito y pasión a la política es también porque ésta, aún antes que extraña y corrupta, le parece inútil.»

Y es que de esas derrotas están escritas las historias del PC y PR, organizaciones que han preferido claudicar en su lucha por el socialismo a intentar imaginar otros caminos.

Hace tiempo vengo afirmando que el sueño del partido propio no es más que una ilusión y que la existencia de dos partidos que reclaman ser continuadores de la obra del Amauta ya no tiene razón de ser. Es más, creo que el PC y PR son proyectos agotados y que el mejor aporte que podrían hacer a la lucha por el socialismo antes de extinguirse y abandonar la historia es refundarse en una nueva identidad comunista, que sin renunciar a sus raíces marxista-leninista y mariateguista, trabaje por convertirse en esa vanguardia política para articular y encabezar la lucha por el socialismo.

Pero esto es una obra que exige grandes ideas y demanda nuevos lierazgos capaces de asumir sin prejuicio las lecciones del pasado y mirar al futuro con convicción.

Y es que como escribe Lucio Magri en su librito El Sastre de Ulm «La redifinición de una identidad comunista parece un trabajo teórico y cultural de largo aliento que implica la reconversión de un modo de pensar consolidado durante décadas, que tiene que crecer dentro de un horizonte dominado por nuevas ideas burguesas y viejas ideas obreras, e implica un periodo de búsqueda, riesgos de eclecticismo y error, requiere un largo esfuerzo de educación, antes de asumir la fuerza de una cultura generalizada, de una visión del mundo, de un arraigado sentido común.» (Pág. 431)

Lastimosamente debo constatar que el tema de la refundación del partido de los comunistas peruanos está totalmente ausente de la reflexión teórica y no forma parte de las preocupaciones de quienes dirigen los restos del partido fundado por el Amauta; ello siguen creyendo que construir el partido de la revolución es un problema que por arte de magia o algún milagro divino se solucionará en algún momento. Y mientras tanto, lo mejor es dedicarse y prepararse para «recibir el centenario del partido.»

Publicado el por Wirataka | Deja un comentario